lunes, 2 de noviembre de 2009

THE WALL

Hace tiempo que un amigo me sugirió que buscase un muro por la ciudad y que me comprase un spray. Daba igual dónde estuviese el muro, lo único era que debía ser un muro por donde soliese pasar.
De este modo, cuando me apeteciese, y pasase por allí, podría unir con el spray las letras que guardo en mi mente.

Al principio me costó. No entendía porque un muro en la ciudad y un spray. Yo ya tenía mis bolígrafos y mis libretas.

Bueno, me dijo él, porque así, alguien que pase por allí como tu, podrá leer lo que has dejado de forma anónima, y tal vez, si esa persona también lleva un spray, te pueda dejar lo que piensa.

Y así lo hice. Me armé de valor y me busqué un spray. No uno cualquiera. Quería uno que llamase la atención. Colorista y llamativo, para que todos pudiesen ver lo que escribía en el muro.
Entonces me di cuenta que no escribiría por escribir. Que me convertiría en el esclavo del muro, forzado a escribir periódicamente.

Así que me deje llevar y escogí el spray que cayó en mis manos, sin darle mayor importancia.

Desde entonces, cuando me acuerdo, cuando tengo ganas y un ratito, me doy una vuelta, paso por delante del muro que escogí, y le doy unas cuantas pinceladas.

No se si lo lee alguien, pero la realidad es que eso no me importa. Porque por fin he comprendido que las cosas se han de hacer por nosotros mismos.